TU RELOJ DE PULSERA
tu reloj de pulsera
marca las doce pasadas
de la noche
en el mueble aparador
de mi habitación de dormir.
verás las horas en el
cielo
o tal vez no verás.
La muñeca late y los pies
caminan por el sendero,
un sendero alborotado de pájaros,
gorriones, aviones, vencejos,
palomas.
“buenos días”, “buenos días”
alto y fuerte, saliendo
de un abismo, encontrando
una mirada
con los vecinos.
“es una vecina”.
“ya” es la palabra, “ya nada”, son las palabras
ya, ahora, el viento y los tiempos agotados
en la piel curtida
de tus manos.
cuando el pasado
inmediato
se escurre y se oculta
en la memoria,
los silencios huelen
de viejos,
y los viejos son palabras
aprendidas de memoria,
entre pausas y paseos.
¿qué miran cuando tus ojos miran?
¿qué piensa tu pensamiento ahora?
¿dónde están las palabras?
¿dónde tu piel, tus manos?
porque el tiempo tuyo
es el tiempo del olvido, y del silencio.
porque tal vez, tal vez, tus horas han
ido en dirección contraria,
un despiste, ahora que todo es nuevo
de nuevo, otra vez, esta vez
sin rencores
ni malos pensamientos
debilitados de tu voluntad.
adormecidas tus obsesiones
vuelves a acariciar y sentir
las venas de las manos
que se posan sobre las tuyas
y tus ojos vuelven a ver
limpios, como nunca antes
lo fueron a pesar de su hermosura.
hay algo infantil,
gracioso, entre sencillez de vieja,
algo que va para atrás,
como si adivinaras que
es el sentido más adecuado
para este momento definido
de reposo,
de sosiego.
no preocupaciones, no
obligaciones, nada
que pudiera esconder
alguna idea,
alguna trampa, alguna obsesión,
otra neurosis, un enemigo
nuevo.
tus letras y los trazos del lapicero
se acomodan
a los contornos de las flores
y de los árboles
y tu pulso consigue
que los colores no se escapen
del límite impuesto en el espacio.
marcas bien los colores de la tierra
con el azul poderoso y puro
del aire más elevado.
y de vez en cuando un rojo
mezclado con el azufre
para convertir el día
en una fruta apetecible.
¿dónde están las conversaciones guardadas?
¿dónde la memoria?
tu reloj marca la hora de tus paseos
en el jardín de la residencia.
tu pelo es corto, canoso,
de un hermoso color ceniza,
tus ojos se han vuelto generosos y dulces.
tu viejo y arrugado cuerpo
resiste con dignidad bajo
las ropas, esta vez, bien elegidas.
no tienes más que lo puesto
y el armario, cuatro camisas,
cuatro cosas de cada.
no fotos, no algún recuerdo
cercano de tu casa,
no nada, nada no, no hay
nada que pueda recordar
el infierno.
tu vida se ha convertido
en una habitación vacía
con mucho aire y mucho cielo,
con colores y olores inmaculados,
que han llegado para quedarse,
para acostarse junto
al frescor de tus gentiles y nuevas palabras
“son vecinos”.


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